Dicen por ahí que la gente a la que nos gusta los atardeceres somos almas tristes. Comentan que es el momento más triste del día y la gente se sienta ante la puesta de sol a añorar tiempos mejores, a soñar y a dejarse embriagar por la melancolía. Como amante de los atardeceres me siento ofendida, si bien es cierto que algunos ocasos se antojan tristes no podemos generalizar y decir que todos lo son. Es una aberración tachar de triste uno de los momentos más hermosos del día.
Una puesta de sol nunca resulta idiferente, hay quien se deja ensombrecer por la tristeza, hay quien sueña con tiempos mejores (pasados o futuros), hay quien no se para a observarlos y no aprecia el bello momento pero sin duda el día que se paran a contemplarlo sienten cosas. Hay muy poca gente (por lo menos que yo conozca) que, como yo, sepa el porqué del ocaso. Yo lo sé y os lo voy a transmitir a modo de confidencia, contadlo solo a aquellas personas que son capaces de apreciar pequeños detalles de la vida...
El Sol busca en la intimidad de su ocultación el momento para reunirse con su amante el Horizonte. A medida que desciende tras el horizonte se toca suavemente con su amor, es un momento corto pero intenso por eso el cielo se tiñe de esos colores tan especiales y contradictorios, una mezcla de rojos, naranjas, azules y violetas. Se ven todos los días un breve periodo de tiempo, pero nunca faltan a su cita y los días de nubes es cuando corren un tupido velo para tener más intimidad porque las caricias de amor que se profesan mutuamente son censuradas a nuestros ojos por los propios protagonistas.
Siempre que puedo observo en silencio el espectáculo más maravilloso del día, el reecuentro de dos amantes antiquísimos que no faltan un día a su ritual de cortejo, es entonces cuando sonrío porque me alegra saber que dos seres siguen adelante, indiferentes a la mediocridad de este mundo, con su historia de amor. Recuerdo entonces esos momentos en los que yo me reencuentro con la persona amada, y sonrío de nuevo cómplice del amor entre Sol y Horizonte, porque existen paralelismos con mi vida, yo el Horizonte y ella el Sol.
Una puesta de sol nunca resulta idiferente, hay quien se deja ensombrecer por la tristeza, hay quien sueña con tiempos mejores (pasados o futuros), hay quien no se para a observarlos y no aprecia el bello momento pero sin duda el día que se paran a contemplarlo sienten cosas. Hay muy poca gente (por lo menos que yo conozca) que, como yo, sepa el porqué del ocaso. Yo lo sé y os lo voy a transmitir a modo de confidencia, contadlo solo a aquellas personas que son capaces de apreciar pequeños detalles de la vida...
El Sol busca en la intimidad de su ocultación el momento para reunirse con su amante el Horizonte. A medida que desciende tras el horizonte se toca suavemente con su amor, es un momento corto pero intenso por eso el cielo se tiñe de esos colores tan especiales y contradictorios, una mezcla de rojos, naranjas, azules y violetas. Se ven todos los días un breve periodo de tiempo, pero nunca faltan a su cita y los días de nubes es cuando corren un tupido velo para tener más intimidad porque las caricias de amor que se profesan mutuamente son censuradas a nuestros ojos por los propios protagonistas.
Siempre que puedo observo en silencio el espectáculo más maravilloso del día, el reecuentro de dos amantes antiquísimos que no faltan un día a su ritual de cortejo, es entonces cuando sonrío porque me alegra saber que dos seres siguen adelante, indiferentes a la mediocridad de este mundo, con su historia de amor. Recuerdo entonces esos momentos en los que yo me reencuentro con la persona amada, y sonrío de nuevo cómplice del amor entre Sol y Horizonte, porque existen paralelismos con mi vida, yo el Horizonte y ella el Sol.
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