Cuánto cuesta volver a la rutina tras cuatro días de relax. Me gustan los puentes, pero no esas figuras arquitectónicas que sirven para unir dos extremos de tierra separados por un río, un trozo de mar, un valle... me encanta los puentes en los que te levantas a las mil, sin preocupaciones. Cómo me gusta despertarme al lado de una persona a la que he querido tanto, que me abrace y no hacer nada más que mirarla mientras duerme escuchando el sonido del chaparrón que cae en la calle.
Qué ruido más relajante ese, el de la lluvia. Ahora mismo está callendo un aguacero en el exterior y las gotas tocan los timbales cuando chocan contra el suelo de mi terraza. Qué relax, sin más sonido que ese. Qué paz siento en mi interior al saber que las nubes son capaces de expresar su tristeza llorando de esa manera. Me gusta sentirme nube cuando me siento bien, cuando sé qué es lo que me pasa y por qué. Cuando lo malo es y lo conoces, las cosas parecen no preocuparte demasiado.
Creo que ya me he liado demasiado, dejaré la reflexión para otro momento estelar. No pretendía hacer sombra a las grises nubes de un cielo lluvioso de otoño.
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