El blog de la zoocióloga que quería ser escritora

ETERNAMENTE EN OBRAS - Este blogue naceu da necesidade de sacar fora o meu mundo interior, como ferramente que me axudou a aprender a expresar e transmitir sentimentos en sensacións. Escribir foi o que fixo de min unha persoa que conseguiu evolucionar ata o punto no que me atopo hoxe.

Neste blogue atoparás textos en galego e en castelán porque dependendo do día no que esscriba e dos sentimentos do momento a lingua que se pronuncia pode ser calquera das dúas.

12 febrero, 2011

El búnker

Cuando crecí me di cuenta de donde vivía, un recinto cerrado y con poca luz, bajo tierra y a salvo de las bombas que caían por el lugar. En ocasiones era un lugar agobiante y claustrofóbico, triste pero a la vez tranquilo donde, a pesar de todo su lado negativo, me sentía a gusto y tranquila. Sabía que estar en aquel lugar era la única manera de minimizar los riesgos de la guerra que me había tocado vivir. La revolución de las hormonas estaba en curso y yo no podía hacer nada al respecto, ellas eran responsables de mis acciones más imprudentes. En alguna ocasión abandoné el búnker para explorar sin mucho reparo las inmediaciones del lugar donde había ido a parar por accidente, pero siempre volvía a mi fortín. No arriesgaba mucho, la verdad, pero lo poco que pude haber arriesgado en su momento lo perdí y volví cabizbaja a mi trinchera, una vez y otra hasta cansarme.
A medida que iba creciendo me daba cuenta de los peligros de permanecer siempre allí. La guerra se había acabado, aquella revolución hormonal se había apaciguado de la manera más natural y normal del mundo y resultó que lo que creí que eran bombas y disparos en su momento, resultó ser el murmullo de la gente, los gritos (en ocasiones de júbilo) de quienes me rodeaban desde un principio. Ahí empece a comprender con todas sus consecuencias lo que había estado haciendo hasta el momento. Siempre creí que había arriesgado en mis decisiones y comprendí que había errado, lo que había hecho era acomodarme en la seguridad de los riesgos mínimos, implicándome a penas en cualquier hazaña que me propusiera. No podía disfrutar de una vida plena con tanta limitación y tanto aislamiento, incluso en ocasiones pienso que lo que creí búnker fue en realidad una celda de castigo.
Hoy lo veo claro, una pared puede proteger del frío y la lluvia, pero si ponemos puertas con cerraduras y las bloqueamos por miedo lo único que estamos haciendo es limitar, acotar, coartar... la vida. A veces sigo cometiendo el error de encerrarme en mi misma y castigarme en la celda que creí fortín seguro... y no alcanzo a entender por qué sigo siendo aquella niña tan tonta que echaba a correr a su trinchera ante cualquier tipo de perturbación por leve que fuera. Ahora veo lo que hago y soy tremendamente consciente de cuando lo hago, pero no puedo dejar de hacerlo. Y no quiero alejarme del mundanal ruido y todas las sensaciones que tiene la vida solo por un miedo irracional. ¿Seré idiota redomada? No lo descarto porque cometer el mismo error una y otra vez da que pensar... Eso sí, algo bueno tengo que decir a mi favor, que no me rallo sin razón por hacer lo que hago, pensar lo que pienso y decir lo que digo.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por miedo, te mueves o te paras por miedo. Mientras estabas dentro del búnquer el mundo siguió su ritmo, al salir tuviste que adaptar tu paso a lo que sucedía fuera, y hoy en día... el búnquer sigue ahí para cuando lo necesitas, pero cada vez que te encierras vuelves a quedar atrás de todo lo que te rodea. Pero no te preocupes demasiado, no eres la única que tiene un búnquer.


AnónImA.