Hoy, como día de la patria que es, decidí celebrarlo a mi manera. Remodelaciones en mi habitación y limpieza de armarios. Tan de moda está eso de salir del armario que toda mi ropa salió hoy del armario por momentos. Me quedé agusto cuando vi mi habitación de nuevo montada y lista para habitar. Una vida nueva, con los menos recuerdos posibles.
Comí en casa, como siempre a eso de las dos, y luego hice un poco el vago (me encanta). Por la tarde conecté con mi hermana y mi sobrino que están en almenia por videoconferencia. Cuando me dispuse a salir de casa me llamaron dos locas de la pradera y me convencieron para que fuese a verlas a Santiago. Todo una prueba de fuego pasar por rincones plagados de recuerdos, recuerdos que duelen en cada palabra que los describe, pero al fin y al cabo recuerdos. Quedé con las susodichas en un local con "bañerita" (una mesa un tanto especial) y luego nos dirigimos a cenar. Cuando estabamos sentadas a la mesa y con la comida pedida alguien apareció por la puerta. En ese mismo instante sentí como si un punzón afilado se me clavase dentro, dejando un nudo en el estómago con la consecuente desaparición del apetito. Palabras cordiales (las justas) y una sensación de surrealismo supremo.
Al poco de marcharse me fui yo. No quería dar la noche a esas locas de la pradera que luego me llamarían para cantarme unas cuantas canciones al teléfono. Menos mal que todavía queda gente que me hace sonreír. Yo siempre intento recordarme ese consejo que doy a mis amigos cuando están trisites "sonríe aunque estés triste, más vale una triste sonrisa que la tristeza de no volver a sonreír" (y yo no soy de las que dan consejos y no se los aplica).
Cuando me siento sola o tengo ganas de llorar (cosa que ahora pasa poco, gracias a Dios) pienso en el mar y en el firmamento, dejo que mi mente vuele y sea libre por unos momentos, lo suficiente como para saber que las cenizas pueden quemar pero que eso jamás me arrebatará mi "triste sonrisa" para los amigos.
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