Cuando el pecado nos expulsa del paraiso es cuando empezamos a sentir los placeres de la vida. A mí me han expulsado del paraiso hace ya tiempo y ahora degusto placenteramente los pequeños vicios de la vida. Me encanta.
Mi única religión, el cuerpo de mujer. Mi único pecado, desear mi religión. Mi único vicio, el placer oculto que otorga ese cuerpo de mujer. Mi única virtud, no existe. Mi único defecto, tener demasiados. Mi única amiga, la soledad que siempre que no quiero ver a nadie se presenta. Mi único amor, la vida misma. Mi gran borrachera, de amor.
Por todo esto y mucha más, el pecado me expulsó del paraiso y entonces descubrí la libertad de ser feliz.
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