Hace ya cuatro años que nos despedimos de ti pero no te hemos olvidado. Todavía recuerdo muchos detalles y aquella última imagen entrañable que guardo de tu persona: tú en el jardín a la sombra de un paraguas negro leyendo un libro de romances. Lo cierto es que desde tu marcha las cosas no ha vuelto a ser como antes, los domingos de café entorno a una mesa se han ido perdiendo con el tiempo y las navidades ya no son lo que eran. Hemos pasado de la unión dominical semanal para el café entorno a ti para quedarnos en algún café casual algún domingo veraniego si cuadra. Aún tengo tu recuerdo muy presente y cuando vuelvo a casa los fines de semana tengo la sensación de que todavía estás por aquí, no he tenido tiempo de echarte de menos porque has estado y estarás por siempre muy presente en mi vida, y en general en la vida de la familia más cercana que compartió contigo tantos domingos y muchos otros días de la semana.
Hace ya cuatro años que partiste de nuestras vidas, dejando un vacío que no hemos sido capaces de llenar. Has muerto de forma física pero sigues viva en mis pensamientos, en mi corazón y en algunos de mis escritos. Como buena lectora que has sido, estoy segura que te hubiera gustado leer algunos de los textos que he escrito y de algún modo, si existe aquello en lo que creiste estarás al tanto de todo. Ya sabes que yo siempre he sido muy excéptica con esas cosas pero de vez en cuando te escribo por si existiera, por remota que fuera, la posibilidad de que existiera algo más allá de la muerte que pudiera conectarnos de algún modo. En algo en lo que si creo es que una persona no muere del todo hasta que se le pierde en el recuerdo y gracias a Dios (es una forma de hablar, ya lo sabes) eso no va a ocurrir mientras aquellos que te han conocido sigan viviendo en este mundo. Seguiré recordándote y te haré vivir con cada frase en la que te mencione, con cada recuerdo tuyo que añore y con cada sueño en el que aparezcas. Nunca te olvidaremos abuela Lola.
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