Se apagó la luz, las estrellas se extinguieron y la luna se escondió. La noche oscura se volvió y entre tinieblas mi corazón se heló. Tus párpados se cerraron y tu cabeza se recostó en mi hombro, el tiempo se detuvo y guardé el instante en el corazón.
Una mano acarició tu cara y con un beso te di la bienvenida a mi mundo. El silencio permaneció en todo momento y unos gritos lejanos se oyeron en lo más hondo, la queja de mi tormento. Mi maltrecho corazón respiró a gusto en la paz del ambiente.
Una pequeña llama surgió entre ambas y las llamas abrasaron el lugar. Con tanta pasión era inevitable arder en deseo, sucumbir al pecado. El pecado tocar la partitura de tu figura, al compás de las olas, y los coros de unos grillos emocionados. El pecado, el vicio y la religión de un cuerpo de mujer, el que yo deseo. Tú.
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